El Imperio Romano reencarnado
No
hay postre de guayaba con queso, flan, mantecado o postre alguno que justifique
el intercambio del privilegio por la condena.
Durante
la época del imperio romano se tuvo una concepción muy restringida sobre
quiénes podían ser ciudadanos y el matrimonio con extranjeros estaba prohibido.
La ciudadanía romana –como la norteamericana– representaba un jugoso catálogo
de derechos y privilegios que solamente quienes contaran con unas características
especiales podían gozarlo. De ahí que la plebe –la clase baja, marginada, los
hijos desheredados de la tierra, como le llaman– viviera desesperada por
obtenerla –buscando con ello la igualdad– y no pocas fueron las revueltas hacia
la consecución de tan privilegiado status.
Pero
la ciudadanía era celosamente cuidada y otorgada –como la norteamericana– según
una serie de categorías –cives romani, cives latini, socii, provinciales y peregrini– que respondían al status social de
cada quien (residentes, asociados, pasajeros, etc.), hasta que la vieron como
instrumento de expansión del imperio, de robustecer el poderío geopolítico, por
lo que en adelante sería ofrecida como recompensa a cambio de la entrega
(conquista) sin distinción de nacionalidad o condición social. Así, la
concesión de la ciudadanía como instrumento de romanización es hoy considerado
como una de las grandes innovaciones del Imperio Romano y una de las
principales razones del éxito de su expansión política y cultural.
Estados
Unidos también ha sido igual o más celoso que los romanos imperiales con eso de
andar otorgando la ciudadanía a cualquiera. Antes has de residir durante años
en el país “edénico”, tomar cursos de historia norteamericana y, si posible, evitar
salir del país porque, aun si no estuviere prohibido pondría en tela de juicio
tu lealtad a los Estados Unidos. Pero esto es cosa del pasado. El Pentágono
–sede del Departamento de Defensa de los Estados Unidos– anunció con orgullo la
semana pasada una nueva, desinteresada y misericordiosa política de
nacionalización para los indocumentados residentes. La misma consiste en el
reclutamiento militar de extranjeros que cuenten con special skills (habilidades especiales) tales como
hablar idiomas foráneos, particularmente del Medio Oriente y asiáticos (países
invadidos).
Como
el imperio romano (a fin de robustecer el imperio) han encontrado una eficiente
forma de hinchar su ejército a través de la promesa ciudadana a quienes acepten
a hacer parte de las fuerzas militares. Qué buen chantaje: “Para castigar y
deportar ilegales hemos sido tan eficientes como lo fueran los romanos en su
época, pero si ingresas al ejército no hay problema ni inconveniente. Tampoco
importa si conoces o no la historia estadounidense, pues el ingreso a las
fuerzas te ahorrará a ti y a tus familiares el proceso de la tarjeta verde (green
card), dado que, si
colaboras en nuestras cruentas hazañas de invasión te regalaremos la ciudadanía
que tanto ansía y envidia el mundo, aunque renunciar a la tuya bien lo
vale”. Sin documentos, pero con metralleta.
Así sí.
Están
listos para lanzar a la muerte a jóvenes adultos y niños adolescentes en idiomas
extranjeros competentes (contribuciones de inteligencia). Así EE.UU. vería
rejuvenecido su debilitado ejército y con ello la expansión de su imperio.
Como
el imperio romano invaden y someten a quienes se les opone, como el imperio
romano creen el mundo les pertenece y debe rendirles cuenta y… como el imperio
romano hundido en pánico (declive), ahora comprarán a los hijos del mundo a
través de la ciudadanía como instrumento nacionalista de militarización.
La
historia es una rueda repetitiva, debemos reconocer el rumbo en el que anda.
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