Del derecho a no respetar

Quizás haya enemigos de mis opiniones, pero yo mismo, si espero un rato, puedo ser también enemigo de mis opiniones”. Jorge Luis Borges (1899 – 1986) escritor argentino.

¿Se habrían imaginado a Einstein o a Sócrates, a Locke o a Foucault, decir: “Si no estás de acuerdo conmigo, respeta”? Exigir el respeto de una idea u opinión en una discusión es muy común en quienes no pueden defenderla; y confunden el respeto de su persona (que a todas luces e incondicionalmente merecen) con el respeto de su idea u opinión. No todas las ideas u opiniones son respetables y, la mayoría de las veces, simplemente, porque no están sustentadas. Sería como decir que todos los libros son respetables. Difícilmente, entendiéndose el respeto como miramiento, consideración o deferencia, pues muchos carecen, por ejemplo, del rigor de una investigación o del sentido lógico que debería caracterizar al argumento central.

Ni los autores en general ni quienes escribimos columnas de opinión tenemos que tener la razón, pero sí que sustentar nuestras posiciones, sean o no acertadas a la luz de nueva información o de una perspectiva más clara ofrecida por otra persona; e independientemente del espacio en que escribimos. O dónde estaría el decoro, como suele implorar Cicerón (jurista) en su «Sobre los deberes» (44 a.C.). En realidad, no concibo una forma de escribir distinta del análisis o la argumentación; o cualquiera podría –especialmente en un país colmado de fanatismo, lo mismo político como religioso– escribir lo que le dé la real gana y poca o ninguna sería su contribución para la libertad del pensamiento o para el conocimiento como pieza fundamental del proceso de liberación del individuo.

El pedagogo e influyente teórico de la educación (también uno de los grandes escritores del siglo XX, junto a Erich Fromm), Paulo Reglus Freire (1921-1997), escribió en 1976 en su libro «Política y Educación»: “El derecho a criticar, y el deber al criticar de no faltar a la verdad para apoyar nuestra crítica, es un imperativo ético de la más alta importancia en el proceso de aprendizaje de nuestra democracia”. También fue enfático en la obligación de conocer el objeto de nuestra crítica: “No puedo apoyar mi crítica sobre el pensamiento de A en lo que oí de B decir de A; ni siquiera en lo que leí sobre A y B, sino en lo que yo mismo leí e investigué de su pensamiento”.

Es entonces irrelevante que el objeto de nuestra crítica o su autor nos guste o disguste, corriendo el riesgo de incurrir en una falacia «ad hominem» (tomar por sentada la falsedad de una afirmación tomando como argumento quién es el emisor de ella). Sin embargo, a menudo vemos en las redes sociales y también en los medios cómo critican a una persona cuyo pensamiento desconocen o a un libro que jamás leyeron o del cual leyeron solamente un fragmento y, con base en ello, establecen un argumento o profieren un juicio de valor sobre el autor o su texto que, por lo mismo, no pasará de ser un prejuicio. No es ético y mucho menos democrático porque impartimos un conocimiento fuera de su contexto (hace imposible la comprensión).

De ahí que el consagrado derecho a la libertad de expresión esté fundamentado no solamente en un rechazo al silencio de los pueblos sino también al uso de la información en contra de la soberanía de las naciones o para la difusión de información manipulada o no veraz (cosa muy común en la televisión). En fin: en la búsqueda de la verdad.

La democracia, empero, no se construye falseando la verdad y “si mi apatía por A o B” –continúa Freire– “provoca en mí un malestar que va más allá de los límites, que me imposibilita o, al menos, me dificulta leerlos, debo obligarme a una posición de silencio con relación a lo que escriben”. Pero no solo eso: “(…) también debo criticarme por no ser capaz de superar mis malestares personales” sumándome a la fila de quienes “hablan por hablar por lo que oyeron decir”. Es entonces cuando toma forma la célebre máxima de Sócrates (también distinguido pedagogo): «Conquístate a ti mismo», que también pertenece al filósofo chino Confucio; u originalmente a Siddhartha Gautama Buda (s. IV a.C.).

Me apena decir que los medios de comunicación en Colombia distan varios kilómetros de distancia de la ética de la profesión o de la verdad que como profesionales de la información les atañe investigar, descubrir, declarar y defender; a excepción de unos pocos. La construcción de la democracia, sin embargo, comienza por proclamar la verdad como base de la libertad: “el tesoro más preciado que a los hombres dieron los Cielos y, por ella” –amigos– “se debe aventurar la vida” (Miguel de Cervantes Saavedra). De ustedes, solícitamente, un Quijote en busca de que lo ideal se integre a la vida aunque tenga que depender de lo real maravilloso al estilo de nuestro Gabriel García Márquez; por lo que con fervor invito a solidarizarse con estas expresiones a todo aquel que desee estirar cada vez más la distancia entre Macondo y una mejor Colombia.

Colofón: A los postulados pedagógicos de Freire se suman, en esencia, los de Edgar Morin (Francia; Universidad Pantheón-Assas) en su «Los 7 saberes necesarios para la educacióndel futuro (Unesco)»; los de Noam Chomsky (Estados Unidos; MIT) en su «Sobre democracia y educación» (Vol. I y II); y los de Henry Giroux (Estados Unidos; Universidad de Pensilvania) en su «La escuela y la lucha por la ciudadanía». Sin descartar a otro muy conocido: Michel Foucault (Collège de France).
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Esta columna fue publicada por Semana.com:

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