Explicándolo con plastilina
“La verdadera ignorancia no es la ausencia de
conocimientos, sino el hecho de negarse a adquirirlos”. Karl Popper (1902 –
1994) filósofo y cientificista austriaco.
El filósofo y cientificista austriaco Karl Popper
(1902 – 1994) aseguró que “la verdadera ignorancia no es la ausencia de
conocimientos, sino el hecho de negarse a adquirirlos”. La columna
anterior generó una andanada de comentarios positivos (tanto
por parte de la comunidad LGBTI como por parte de personas que no pertenecen a
ella); y una serie de reacciones tan disparatadas como las de la diputada de
Santander, Ángela Hernández:
1. “Quienes quieran ser homosexuales, que así lo sean,
pero que no vengan a imponerle a nuestros hijos su orientación o sus
prácticas”. 2. “Es
indispensable hacer colegios para personas homosexuales”. 3. “Se trata de una educación politizada
por un lobby sediento de protagonismo”. 4. “La Biblia establece que la
homosexualidad es una perversión y la diputada se apoya en dicho documento”. 5. "Por encima de la ley del hombre
está la ley de Dios”. 6. “Es
raro hablar de un gen homosexual y que a estas alturas no haya podido
discernirse. Entonces no existe, señor columnista”. 7. “Su problema es el humanismo”.
Habiendo sido aclarado –a la luz del
acervo científico reciente y de la experiencia– que la orientación sexual es
una condición biológica natural (como el color de la piel), ella no puede, en
modo alguno, ser enseñada o impuesta (ni la heterosexualidad ni la
homosexualidad). El «género» o la «sexualidad» sí es una construcción social,
no la «orientación sexual» o el «sexo». El «género» se define como un
conjunto de características o roles que cada sociedad asigna a los hombres y a
las mujeres con base en la cultura, en la idiosincrasia, en la tradición. La
«orientación sexual» o el «sexo», simplemente, como una condición biológica, de
fábrica (factor interno) y, por lo mismo, independiente de la cultura (factor
externo). “El hecho de que no puedas hacer que un hombre biológico se sienta
sexualmente atraído hacia otro hombre educándolo como si fuera una niña, hace
que cualquier teoría social sobre la orientación sexual sea bastante débil”, sostiene el
investigador científico Qazi Rahman (del Instituto de Psiquiatría, Psicología y
Neurociencia del London King´s College).
De ahí que en el artículo 20 de
la Ley 1620 de 2013 (Manual
de Convivencia Escolar) no exista forma o manera posible de inferir una
enseñanza o cátedra homosexual ni un procedimiento ‘social’ o ‘pedagógico’ a
propósito, por más que lo estire o encoja la diputada Hernández y quienes
irresponsablemente repiten su discurso, implicando la misma sandez. Lo que ese
inciso pretende –de acuerdo con la edad del individuo– es una pedagogía sobre
el género o la sexualidad: combatir la discriminación y la violencia escolar
nacidas de la ignorancia; o la ignorancia en general, la tarea por excelencia
de la educación y el enemigo número uno de la tradición en el marco de la
religión católica en Colombia.
¿Qué es eso, señores, de que es
indispensable construir colegios para personas homosexuales? ¿Deberíamos
construirlos también para personas negras o blancas, peludas o lampiñas según
cuál sea el prejuicio predominante en nuestra sociedad e ir segregando cada
subpoblación construyendo pequeños «apartheid» de distinta índole? ¿Qué clase
de apología de la violencia o culto a la ignorancia es esa? “Educación
politizada”, sostiene otro. ¿Qué puede ser más politizado que un «apartheid
académico» resuelto con base en la orientación sexual? ¿Qué puede ser más
antipolitizado que la criticidad en el marco de la enseñanza? La naturaleza de
estos comentarios guarda estrechas semejanzas con la caracterización
autoritaria de la religión católica: no responden a una reflexión racional
–mucho menos documentada– sino a un dogma fundamentado en presunciones de todo
orden.
¿Por qué será que cuanto mayor es la
ignorancia, mayor es la arrogancia? “La ignorancia es la madre de todos los
crímenes; un crimen es, ante todo, una falta de raciocinio”, sostuvo el
escritor francés Honoré de Balzac (1799-1850). Ciertamente: cuántos
homosexuales incineró la Inquisición española y cuántas personas murieron
durante las Cruzadas (más de cinco millones). “En ningún momento de la
historia, en ningún lugar del planeta, las religiones han servido para que los
seres humanos se acerquen los unos a los otros. Al contrario: solo han servido
para separar, para quemar, para torturar”, sostuvo, por su parte, el Premio
Nobel de Literatura 1998 José Saramago (autor del «Ensayo sobre la ceguera»).
Luego, resulta que el humanismo es un
problema y que la Biblia es un documento expedido por el Congreso de la
República; por lo mismo, digno de la sustentación de los funcionarios públicos.
A mí me encantaría complementar la justificación teórica de la protección del
medio ambiente en la filosofía del Tao o en las enseñanzas del Budismo, fíjate,
pero la calidad del cargo (si lo ostentara) exige que me ponga serio. Para
quienes se apoyan en los pasajes de las sagradas escrituras, ¿qué tal la Biblia
dijera que la piel negra es prueba de perversión o de inclinación a
sentimientos malsanos y así acogiera esta creencia la sociedad? Entonces los
veríamos oponiéndose a una educación cientificista sobre la raza en los
colegios porque “si los negros quieren ser negros, que sean negros, pero que no
vengan a imponerle a nuestros hijos su negrura o costumbres afroamericanas”,
como si el color fuera un mal y contagioso y el Manual o la Ley en mención
estableciera el procedimiento a propósito.
En la columna anterior aduje una serie
de estudios (de respetados científicos) con relación a la homosexualidad. Como
el astrónomo italiano Galileo Galilei (comprobación de la teoría heliocéntrica)
en el siglo XVII frente a la Iglesia católica, se observó la realidad y se
ofrecieron pruebas experimentales de las afirmaciones. Como la Iglesia católica
en el siglo XVII, la reacción fue la misma: la negación. “Por encima de la ley
del hombre está la ley de Dios”. Otro, por su parte, expresó que si “a estas
alturas no ha podido discernirse el gen homosexual, entonces no existe”. Dicha
afirmación es lo que en Lógica formal se conoce como falacia o argumento «ad
ignorantiam»: apoyar una afirmación con base en el desconocimiento que se tiene
en la materia. Vaya contradicción teórica: ‘no existe porque no se conoce’.
Entonces aquellos planetas cuya apreciación visual no es posible dada la
distancia, pero cuya existencia puede ser corroborada a través de la física y
la matemática, tampoco existen.
La humanidad progresa mediante la
adquisición del conocimiento, el cual lo marchita la intolerancia que bebe de
la fuente de la ignorancia. El único argumento que le queda al religioso por
formular es que Dios no es perfecto: siendo que la homosexualidad se debe a un
proceso biológico y que para ellos es una impureza o imperfección, entonces
tendrían que admitir que el Creador no fue perfecto en su creación. O la cogen
contra Él y se dejan de caprichos, o cesan de excusarse en Otro para justificar
sus odios.
______________________________________________________
Esta columna fue publicada en Semana.com:
Comments
Post a Comment