El gorila y el niño, o el engreimiento humano

La primera obligación de la igualdad es la equidad. Víctor Hugo (1802 – 1885) novelista romántico francés.

Tanto la humanidad como la flora y la fauna sufren calamidades, lo mismo por obra del hombre como por obra de la naturaleza. ¿Cuándo se ha visto que el orden natural de las cosas guarde preferencia sobre una vida, u otra? No es la vida quien discrimina, sino nosotros. La vida, la naturaleza, el Universo o Dios –como quiera llamársele– no le adjudica valor de ninguna índole a ninguna especie de vida (aunque algunos deseen pensar lo contrario). Esto lo hace el hombre a través de un «complejo de superioridad» inspirado en los valores, principios y prejuicios que gobiernan cada sociedad.

¿Quién más podría otorgarle determinado valor a las cosas sino solamente el ser humano? preguntamos demostrando más ingenuidad que arrogancia, como si las cosas dependieran del hombre para cobrar importancia. ¿Acaso no guardan un valor intrínseco independiente de nuestra existencia? Es un esfuerzo al que no estamos acostumbrados (nos fascina tirar de la lengua sin tirar del cerebro). Recordemos, empero, que la imaginación es la primera fuente del conocimiento (como también lo sostiene el naturalista británico Charles Darwin en El origen del hombre).

No es otra cosa que arrogancia con adobos de engreimiento eso de creer que la vida humana está por encima de la vida animal o la vida animal por encima de la vida vegetal, o cualquiera de estas últimas por encima de la vida humana. Quienes creen en Dios o en la existencia de una entidad suprema descansan su argumento en que de Él o Ella somos creación o descendencia y dada su supremacía, por necesidad lógica de ella también nosotros estamos investidos. ¿Acaso no es un silogismo que depende del «sine qua non» sustantivado como: conveniencia? La conveniencia humanoide de estructurar la realidad de tal modo que todos nuestros antojos puedan verse satisfechos a expensas de todos y de todo en general. Quienes, a su turno, descansan su argumento en la teoría de la evolución –según la cual trascendimos la condición del primate– padecen la misma conveniencia (si bien gozan de validez científica), pues si la superioridad (física o intelectual) no es razón para maltratar o explotar a otro miembro de la misma especie, tampoco debe ser razón de una especie para maltratar o explotar a otra diferente.

No estoy queriendo decir que nunca haya tenido una mascota o que si un gorila o una ballena toma posesión del hijo de una persona esta no tenga derecho a sentirse urgido a sacrificar el animal para garantizar la seguridad de su hijo ni que deba ser juzgado por un tribunal o por la sociedad en caso de que así proceda. Jamás. Lo que sí estoy queriendo decir es que deberíamos ser capaces de distinguir la realidad en sí misma (valor intrínseco) de la realidad que nosotros fabricamos (valor extrínseco). Quizás no nos haga perfectos, pero sí prometería el empleo de la razón en lugar de enarbolar la estupidez como argumento para justificarnos en nuestras acciones. También haría posible que podamos reconocernos como iguales dentro de nuestra especie (ni siquiera eso hemos alcanzado) y asimismo entre las demás (animal o vegetal) siendo que cada una es capaz de sentir, adaptarse, reproducirse y evolucionar. “En todas las tierras sale el sol al amanecer”, sostenía George Herbert (sacerdote inglés del siglo XVI).

A propósito del caso del gorila y el niño en el zoológico de Cincinnati (Estados Unidos), dos distinguidos expertos entrevistados por National Geographic –uno en comportamiento animal (Terry Maple) y otro en primates (Frans de Waal)– determinaron que el gorila no comportó peligro para el niño: exhibió un comportamiento protector, por un lado, y juguetón, por el otro. Sin embargo, a los fines de garantizar su integridad física, “el zoológico tomó la decisión correcta”, concluyeron ambos. En el marco de la reflexión aquí expuesta, es decir, si es cierto que la vida de un animal vale lo mismo que la vida de un humano, los hechos podrían ser valorados como si se tratara de un niño en manos de una persona mentalmente desequilibrada (en dicho caso también podría ponderarse entre la vida del desequilibrado y la vida de quien se presume amenazado). En este sentido, o en un tribunal imaginario, el zoológico podría aducir la negligencia de los padres (no cuidar del niño); o los padres la negligencia del zoológico (falta de seguridad); o la familia del sacrificado la negligencia de ambos.

Colofón: Recomiendo el Ensayo sobre la ceguera del Premio Nobel de Literatura portugués José Saramago; el pensamiento del escritor francés Víctor Hugo con relación a los animales; y la columna Alejandro Ordóñez: entre el instinto y la razón.
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Esta columna fue publicada por Semana.com:

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