Cochambre: una fuente de entretenimiento
¿Por qué los
medios no dan a conocer el ciclo de la historia ilustrando por qué los pueblos del mundo permanecen en la parte baja de una rueda que nunca gira? ¿Por qué
no explican lo que hizo la Unión Europea (UE) en 1993 cuando acuñó el euro y
por qué Latinoamérica debería solidarizarse del mismo modo a propósito de una
moneda común que anule robos y evite regalos en el comercio internacional? ¿Por
qué no revelan la estructura del crimen organizado Sistema de Salud (o, El Paseo
de la Muerte) en alianza con el Estado a la luz de la mañosa arquitectura
de la Ley 100? ¿Por qué no le quitan la máscara? ¿Por qué los periodistas no cesan
de hacer eco de mentiras y manipulaciones (no opiniones ni críticas) de álvaros
y Circos Demoníacos (Centro Democrático)? ¿Por qué no explican la farsa de su independencia cuando
un grupo económico ultraderecha controla más del 70% de los medios de
comunicación en Colombia? ¿Por qué periodistas y editores no señalan cómo es
que sus empleadores viven de lo que ellos producen a cambio de una limosna y de publicar lo que responda al interés del medio, no al público? ¿Por qué no señalan el hedor de la putrefacción de la ética de la
profesión? Algo así como un paro nacional en las salas de redacción. ¿A cambio
de qué? De la dignidad. ¿Acaso hace falta otra razón?
En enero del 2000
(Roma, Italia) el distinguido escritor y periodista polaco Ryszard Kapuscinski
(1932-2007) –también lúcido ensayista y aficionado a la historia– escribió: “El
reportaje se ha trasladado a los libros, porque ya no cabe en los periódicos,
tan interesados en las pequeñas noticias sin contexto”; ¨Antes, los periodistas
constituían un grupo muy reducido, se les valoraba. Ahora, el mundo de los
medios de comunicación ha cambiado radicalmente: la revolución tecnológica ha
creado una nueva clase de periodista que en Estados Unidos se le conoce como «media worker». Los clásicos son ahora una minoría y la mayoría ni
siquiera sabe escribir profesionalmente; tampoco tienen problemas éticos o
profesionales, ya no se hacen preguntas¨; ¨Desde el momento en que se descubrió
que la información podría constituir un negocio, la verdad dejó de ser
importante¨.
El «neoperiodismo» ha malcriado a la
sociedad contemporánea, la ha engreído y hecho mediocre; la ignorancia y la
desvergüenza son un modo o estilo que se quita o pone a discreción. Algo así
como usar o no condón, o más específicamente, la marca LifeStyles. Así RCN y Caracol, por ejemplo, tienen resuelta su
agenda, patrocinando cuanta mierda rentable se les ocurre, pero rentable en
fin, cuando no produciéndola. Un Popeye que no comía espinaca sino plata y
disparaba a disposición de su empleador (otro criminal de quien también
hicieron una novela) ahora estará en las pantallas nacionales. Por otra parte,
cualquier historiador o lector juicioso habrá notado que ningún medio en
Colombia (sin que el desconocimiento valga como excusa) hizo mención de la
afamada Doctrina Monroe del quinto presidente de Estados Unidos, James Monroe,
en 1823, ilustrada con la frase «América
para los americanos»; precisamente la filosofía político-exterior
recientemente resucitada por el cuadragésimo quinto presidente de Estados
Unidos, Donald J. Trump. (El Estado de California se negó a implementar la
Doctrina Monroe del siglo XXI.)
El periodismo
en Colombia se ha oscurecido por el poder y el interés hasta envilecerse por la
indiferencia e irresponsabilidad que lo gobierna. Tanto así, que hablamos de «periodismo de investigación» y de él
hacemos cursos, talleres y demás como si el periodismo no fuera, por definición
natural: investigación. Tanto se ha denigrado el ejercicio que precisamos adjetivarlo definiendo su
sustantivo. Cualquier cosa diferente a la investigación no es periodismo sino
simple y llana manipulación de la información, un «media worker», un «técnico de
la información», un periodista mediocre
o un no periodista, sino un súbdito del medio al que sirve.
A veces pienso
que los textos de Noam Chomsky (Instituto Tecnológico de Massachusetts, Estados
Unidos), Armand Mattelart (renombrado sociólogo, autor de Para leer el Pato Donald), Albert Memmi (Túnez, 1920), Paulo Freire
(pedagogo; 1920, Brasil), Henry Giroux (crítico cultural y académico
estadounidense) y Ryszard Kapuscinski –entre otras– deberían constituir no
lecturas sino estudios literarios «sine
qua non» en la Universidad y en la escuela.
La formación del hombre no se reduce a las materias tradicionales –como quien debe saber un manimoto con arequipe de cada materia– sino al cultivo de la ciudadanía, de la humanidad; y de la disciplina o reciedumbre de carácter sin la cual ningún valor moral o ético es posible practicar. La fortaleza es fuente de lealtad a los valores que uno ha sabido considerar, analizar y emplear como vara para medir cuán humano y digno se es.
La formación del hombre no se reduce a las materias tradicionales –como quien debe saber un manimoto con arequipe de cada materia– sino al cultivo de la ciudadanía, de la humanidad; y de la disciplina o reciedumbre de carácter sin la cual ningún valor moral o ético es posible practicar. La fortaleza es fuente de lealtad a los valores que uno ha sabido considerar, analizar y emplear como vara para medir cuán humano y digno se es.
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Esta columna fue publicada en El Diablo Viejo:
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