El Plan Colombia o el olvido de Macondo
Dicen que la historia se repite. Lo cierto, sin embargo,
es que sus
lecciones no se aprovechan.
Camille
Sée (1847-1919) político y abogado francés.
Producto de un acuerdo bilateral constituido entre Colombia y Estados
Unidos en 1999 bajo la presidencia de Bill Clinton en el norte y de Andrés
Pastrana en el sur, nació la Colombia israelita o el Israel de América Latina.
Este no fue, sin embargo, el nombre que recibió, sino «Plan Colombia», uno de
los mil y un eufemismos con los que el gobierno nacional suele adornar al
Estado y su Constitución Política («Estado social de Derecho», «República
democrática, participativa y pluralista», entre otros. Adornos aparenciales
carentes de ejemplo práctico).
Como la administración Uribe Vélez, el fin u objetivo del «Plan
Colombia» fue la terminación del conflicto armado a través de una presunta
estrategia antinarcótica. ¿Antinarcótica? Para prevenir o evitar el tráfico de
narcóticos o su consumo basta, como lo han demostrado Canadá, Cuba y
Escandinavia, con un bloqueo marítimo o el rigor de la aduana, por un lado, y
con la legalización y la educación pública, por el otro, no con la ocupación
militar de un país ni con el suministro de armamento, procedimiento más cercano
a la guerra civil que a una política pública o de Estado.
En la década de 1990 Colombia fue “el principal receptor de ayuda
militar estadounidense en América Latina y también el país en que más
violaciones a los derechos humanos se han producido”, según Estados Fallidos
del académico del Instituto Tecnológico de Massachusetts (EE.UU.) Noam Chomsky.
La relación bélica alcanzó su cúspide en 1999 cuando Colombia –como Israel– se
convirtió en el país oficial predilecto de Estados Unidos para la guerra a
través del afamado «Plan Colombia». Estamos hablando de aproximadamente 1.600
millones de dólares en ayuda militar, según solicitó Bill Clinton al Congreso
de Estados Unidos en abril del 2000.
Un estudio de Human Rights Watch (HRW) del mismo año concluye una
estrecha relación entre el ejército nacional y los paramilitares durante la
década de 1990, es decir, cuando surgió el paramilitarismo. Luego, tras el
«Plan Colombia», se manifestó con toda su fuerza: Autodefensas Unidas de
Colombia (o AUC). Examinemos, por un momento, el ejemplo histórico desde el
punto de vista global (internacional) o no lo entenderíamos desde el punto de
vista particular (nacional).
La amnesia
Cuando Nicaragua intentó ir hacia el socialismo de la mano de Daniel
Ortega (1980) en Washington cundió el pánico a causa del sandinismo (movimiento
de izquierda –inspirado en el patriota y revolucionario nicaragüense Augusto C.
Andino– en el que se afianzaba Ortega) por lo que comenzaron a financiar el
entrenamiento militar de hondureños y costarricenses para que atacaran a
Nicaragua desde sus fronteras (los primeros desde Corinto y Puerto Sandino, los
segundos desde San Juan del Norte y del Sur). Se trataba de soldados
mercenarios y militares sin uniforme conocidos como «Contras»
(contrarrevolucionarios) lo que posteriormente pasó a denominarse
«paramilitares» o «paramilitarismo».
Esto llevó a Nicaragua a denunciarlos ante la Corte Internacional de
Justicia de las Naciones Unidas el 9 de abril de 1984 por violación del derecho
internacional (referencia del caso: Actividades Militares y Paramilitares en y contra Nicaragua). El 27 de junio de 1986 la Corte se pronunció a favor de
Nicaragua reconociendo las «Contras» como paramilitares entrenados y
financiados por Estados Unidos y rechazó la justificación presentada por los
estadounidenses para haber incurrido en tales actividades. Estados Unidos
(administración Reagan) se negó a respetar la decisión de la Corte: indemnizar
a Nicaragua por una suma mayor a los 15.000 millones de dólares como
consecuencia de la cruenta guerra civil promovida por los estadounidenses en
Nicaragua (sin mencionar las decenas de miles de víctimas) por lo que el 3 de
noviembre de 1986 la Asamblea General de las Naciones Unidas profirió una
resolución que los presionaba a pagar inmediatamente y todavía hoy no lo han
hecho y no hay poder alguno que los obligue a hacerlo.
Así ha procedido Estados Unidos dondequiera que huele a izquierda y de
ahí la también afamada «Operación Cóndor» o «Plan Cóndor», el plan de acción
invasora e interventora de los Estados Unidos en América Latina (1970-1990)
financiando dictaduras (Batista en Cuba, Banzer en Bolivia, Geisel en Brasil,
Pinochet en Chile, Stroessner en Paraguay, Bordaberry en Uruguay, Videla en
Argentina, etc.). Colombia no se salvó y la derecha colombiana en el gobierno
de turno adoptó en 1999 su propio «Plan Cóndor» bajo la consigna «Plan
Colombia». La administración de la década del 2000 o, mejor dicho, la
presidencia de Álvaro Uribe Vélez gozó a sus anchas de este plan y, amparada en
la máxima de Niccoló Maquiavelli «El fin justifica los medios», dio rienda
suelta a un ametrallamiento que acabó con la vida de miles de inocentes
posteriormente presentados como guerrilleros abatidos en combate a los fines de
justificar la masacre. Es lo que conocemos en nuestra historia de sangre como
«falsos positivos» (2008).
Ni el «Plan Colombia» ni la administración Uribe Vélez acabó con el
narcotráfico o con la guerrilla y el Departamento de Estado de los Estados
Unidos reveló en octubre de 2009 que “fuerzas de seguridad colaboraron activamente
con miembros de los grupos paramilitares” y “las fuerzas del gobierno
cometieron numerosas e importantes violaciones contra los derechos humanos,
incluyendo ejecuciones extrajudiciales”. Esto fue posteriormente ratificado por
la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados
(ACNUR) y un estudio de la Comisión Internacional de Juristas de Colombia, por
su parte, concluyó en 2005 que “cada año son asesinados por las Fuerzas
Militares y los grupos paramilitares una cifra muy superior a las personas
ejecutadas extrajudicialmente en Chile durante los 17 años de dictadura del
General Augusto Pinochet”. El informe agrega: “El Plan Colombia no solo ha
arrojado los resultados anunciados; se ha traducido en un escalamiento del
conflicto armado”.
El Centro Nacional de Memoria Histórica, a su turno, registra 1.982
masacres y 5.712.000 colombianos desplazados producto del conflicto armado cuya
más cruente época fue bajo la ejecución del «Plan Colombia» del que gozó Uribe
y sus escuadrones de la muerte (década del 2000). También en la Ruta del Conflicto se hace notable el incremento de las masacres por parte de grupos
paramilitares en dicho período y, curiosamente, también en Antioquia durante la
gobernación del antes mencionado.
Este es el río de sangre –denominado «Plan Colombia»– que Juan Manuel
Santos hoy celebra e invita al país a celebrar y este es el río de sangre que
fue a agradecer a Estados Unidos y también a perpetuar. No extraña, pues ya en
2010 bajo su candidatura presidencial dijo en entrevista con la cadena de
televisión árabe Al Jazeera durante
su visita a Israel (Estado fabricado con el auspicio de Estados Unidos y
catalogado como Estado genocida por la comunidad internacional a la luz de sus
acciones bélicas contras los palestinos): “Nos han acusado de ser los
israelitas de América Latina, lo cual a mí personalmente me hace sentir muy
orgulloso”.
«Del Plan Colombia a la Paz Colombia» regresó de Estados Unidos
repitiendo (el neocolonizado imita a su neocolonizador, según el escritor y
ensayista Albert Memmi). Un millonario ofrecimiento de Estados Unidos para la
paz fue entonces (1999) y “Un millonario ofrecimiento de Estados Unidos para la
paz” es hoy denominado por algunos medios la nueva modalidad del «Plan
Colombia». “La historia es una rueda repetitiva; debemos reconocer el rumbo en
que anda”, solía decirme un amigo muy preciado. El poeta inglés Aldous Huxley
(1894-1963), por su parte, insistía: «Quizá la más grande lección de la
historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia».
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Esta
columna fue publicada en Semana.com:
http://www.semana.com/opinion/articulo/el-plan-colombia-o-el-olvido-de-macondo-opinion-de-david-bustamante/460355
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