Neouribismo: prontuario de una esquizofrenia criolla


¿Han consultado el patrón sintomático? Guarda estrechas semejanzas con el comportamiento del uribista. La esquizofrenia se define como un conjunto de trastornos mentales severos caracterizados por una alteración del funcionamiento psíquico del individuo o su percepción de la realidad (¿creencias falsas?) debido a un desbalance de orden bioquímico en el cerebro. ¿Algunas semejanzas con la situación actual?

No solamente se abstuvieron de contrastar las declaraciones de la campaña del No con el espíritu o tenor literal del Acuerdo: también se tragaron las declaraciones y en las entrañas todavía las conservan aun después de la confesión de Vélez y del fallo del Consejo de Estado. Quién le dijo a Uribe o al Uribismo, sin embargo, que para no quedar mal con el uribista –tras el pronunciamiento del Consejo– hay que decir que Juan C. Vélez se encontraba embriagado. Como si no fuera oficial ya, que son fanáticos y como tales se han declarado una y otra vez. Con o sin licor tacharán a esa instancia de enmermelada y al Estado y a sus instituciones los declararán (por esa razón, no otra) ‘heridos de muerte’ en términos democráticos y demás pendejadas. Con ellos no hace falta entramados o justificaciones de ninguna índole: esa gente es esquizoide y disfruta siéndolo.

No existen reglas fundamentales para declarar a alguien tonto sino solamente contextos en los que quedan en crasa evidencia. Cosas como “Lo que veo cada día es que la paz está cada vez más lejos” (Luis Ernesto Araújo, hijo del excanciller secuestrado Fernando Araújo Perdomo), “Nadie ha dado tanto por esta patria como Álvaro Uribe […] Uribe es un patriota […] Uribe no merece más que admiración y respeto […] Su administración fue una época gloriosa” (Claudia Bustamante, activista abocada al Centro Democrático como se aboca el cerdo al lodo) o “Estamos bajo una dictadura de las FARC y Juan M. Santos” (Andrés Pastrana, expresidente de Colombia) demuestran la esquizofrenia o estupidez que los gobierna.

El lector ingenuo podría pensar que el problema del primero es que tiene a Álvaro Uribe y su partido como única fuente de información y que, en su lugar, debería consultar los organismos de control del conflicto (CERAC y CNMH, por ejemplo). Pero lo que quiso decir en realidad es: “Lo que veo cada día es que Uribe está cada vez más lejos de firmar la paz como nosotros queremos”. Como a Uribe, a él no le importa cuánto haya mermado el conflicto armado interno, cuántos soldados hayan dejado de morir o niños de ser reclutados ni cuántas tierras podrían ser devueltas a sus legítimos propietarios en el marco del Acuerdo, sino que sea Uribe quien suscriba la paz en Colombia, lo que solamente hace sentido en el orden mental de un fanático que aduce el castrochavismo como justificación de una esquizofrenia criolla ‘made in Hollywood’. La segunda padece la misma condición y, el tercero, simplemente no siente vergüenza en parecer tarado a voluntad (“dictadura de las FARC-EP” con un modelo económico capitalista a ultranza).

El colmo del cinismo, sin embargo, está en los trinos y posts de Facebook de Claudia Bustamante, especialmente donde califica a la administración Uribe como “una época gloriosa”. ¿Época gloriosa aquella en que un colombiano en un Estado social de Derecho convirtió a un organismo de seguridad (DAS) en un aparato personal de persecución política contra magistrados, periodistas y líderes sociales? ¿Época gloriosa aquella en que un colombiano convirtió el territorio nacional en un derramamiento de sangre de millares de jóvenes inocentes posteriormente presentados como guerrilleros abatidos en combate («falsos positivos»)? ¿Época gloriosa aquella en que un colombiano quiso trastocar los pilares de la Constitución Política para perpetuar el fascismo que caracterizó su administración? ¿Época gloriosa aquella en cuyos ocho años de administración (de los trece analizados por el Ministerio de Salud) hubo 1.4 millones de muertes evitables a manos de las EPS al amparo de la Ley 100 que el mismo colombiano defendió en 1993 y aún defiende? ¿Época gloriosa aquella en que un colombiano hizo esto y aquello y hoy se le acusa de crímenes de lesa humanidad? ¿Época gloriosa aquella la de la administración Uribe Vélez cuyo gabinete hoy se encuentra investigado, condenado o prófugo, mientras él: impune (17 investigaciones; 9 condenas)?

La única ilusión, al amparo de la envidia, del Uribismo, es ver a una insignificante pulga –revestida de dragón gracias a la magia de una lupa a través de la cual pretende ser visto o ampliado– firmando la paz en Colombia. Ese hombre ante el cual rindieron declaración juramentada de convivencia y complicidad incondicionales, así implique defenderlo con indignidad tanto a él como a su colegio de criminales. ¿Cuál es el nombre del poder que tiene Uribe sobre los uribistas para, en razón de la ignominia, arrastrar la honradez de sus nombres y apellidos conjuntamente con los suyos?

Definitivamente el Uribismo es capaz de degradar el espíritu humano hasta hacerlo palidecer de desvergüenza y de un aborrecible cinismo. Algo así como ver asomada la cara del Diablo sonriéndose, no necesariamente como ente, sino como una representación de lo más bajo a lo que una persona puede llegar en búsqueda de la satisfacción o complacencia del odio.

El Uribismo se piensa oposición de la actual administración porque a través de ese concepto pueden edificarse un homenaje carente de ejemplo práctico: mostrarse como mártires de lo que pretenden aparentar es su causa, la democracia, mientras permanecen en silencio frente a los problemas que la ponen en tela de juicio: los ejemplos antes referidos y el asesinato de 209 líderes sociales de izquierda entre 2015 y 2016, por no mencionar una corrupción que deja a la república entre las primeras cinco más corruptas del mundo y como la segunda más corrupta del hemisferio. Pero es de ese modo que pretenden emular a la oposición venezolana: lanzándole al gobierno de turno el calificativo ‘comunista’ como sinónimo de ‘fascismo’ y no por nada de lo anterior, sino por negociar con las FARC la terminación del conflicto armado interno más antiguo del hemisferio en lugar de encenderlas a plomo. La no complacencia –por parte del gobierno– de un odio cristalizado los hace pensarse martirizados para, con ese disfraz, clamar la intervención de la comunidad internacional (que no siendo engañada no les ha hecho caso).

Colofón: Así que andamos indignados porque, el 31 de diciembre, delegados de las Naciones Unidas y desmovilizados de las FARC hicieron lo que cualquier persona normal haría un 31 de diciembre a las doce de la madrugada: bailar entre sí. Ciertamente provoca una sensación de felicidad, de reconciliación. No nos preocupemos por los mezquinos del Centro Democrático; a ellos no los agrada sino solamente la carroña de la que andan de estómago lleno. Después de todo, nunca se alarmaron cuando Álvaro tomaba y almorzaba con jefes paramilitares en su finca o en la de ellos; como tampoco les molestó que haya amnistiado a millares de paramilitares en el marco de la Ley de Justicia y Paz (2005) ni que esta ni la Ley de Alternatividad Penal (2003) no hayan sido sometidas a plebiscito. Es cuestión de sesgos políticos, de nada más. Derecha o terrorismo de derecha sí; izquierda o terrorismo de izquierda no. La doble moral de siempre en fin.
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Esta columna fue publicada en El Diablo Viejo:

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