Álvaro Uribe, un comediante anacrónico
¿Renegociar
qué cosa: lo que dice el Acuerdo o lo que Álvaro dice que dice el Acuerdo?
Comoquiera que sea, por favor complázcanlo y firmemos la paz con el mismo
contenido y su nombre en letra gigante.
Un titular del 7 de julio de 2016 en el diario estadounidense The Washington Post rezaba: “El mayor obstáculo de la paz en Colombia pueden no ser las FARC, sino un expresidente”. Una frase de un artículo del mismo diario rezó ayer: “Si los colombianos fuéramos dinosaurios, votaríamos por el meteorito”.
De la
administración Álvaro Uribe Vélez (2002-2010) 17 funcionarios han sido
investigados y 9 condenados. Él, por su parte, ha sido denunciado trece veces ante la fiscalía por vínculos con el paramilitarismo. “Persecución política”,
reniegan Uribe y el uribista, como si se tratara de un gobierno fascista, como
sin duda lo fue el suyo a la luz del aparato de persecución política en que se
convirtió el ahora extinto Departamento Administrativo de Seguridad (DAS).
Señor uribista: una cosa es creer en lo que no se ve o en lo que se tiene fe y
otra distinta no creer en lo que se ve una y otra vez, indefinidamente, es
decir, en lo perfectamente visible o evidente, tangible, en el estruendoso eco
de las piedras del río indicando que las tiene, que pueden escucharse, aprehenderse
y hacerse comprobables, lo cual raya, a todas luces, en un enfermizo fanatismo.
¿Por qué Karl
Marx habló de la religión como «el opio de las masas»? Porque enceguece y
promueve en los que predican el progreso la imagen de una entidad mesiánica. Cierto:
hoy hay necesidad de que le abran los ojos a los fanáticos, pero ayer ocurría
lo mismo y, desde tiempos más remotos, también. La única diferencia es que,
para el fanático actual, el reconocimiento de personas ‘superiores’ a él
proviene de un orden lógico diferente: el poder, no la divinidad, lo que, en
este caso, se traduce en el «mesianismo criollo» de un nuevo catolicismo en
Colombia: el uribismo. Este lo concibe como un milagro hecho carne, como el
mesías que Colombia necesita y que debe ser glorificado hasta creer y hacerle
creer a los demás que quizás sea mejor orarle a Él que a Dios, porque Él es el
todopoderoso del que no puede prescindirse, como quien concluye afirmando que
es tan indispensable como la antigua humanidad que prescindió del oxígeno.
Según los psicólogos y demás profesionales de la conducta sensatamente
prácticos, esta población está al borde de la patología.
Álvaro hoy se
edifica un homenaje carente de méritos respirando el mismo aire que durante su
campaña de desinformación respiró aparentando rugir como un león, mientras
juega solamente cuando los dados están cargados a su favor. Hoy se retira de
los debates como lo hizo en septiembre de 2014 y evade el eje central de las
críticas. Al unísono con sus feligreses renegó de su exclusión de los diálogos
de paz para, ahora que lo invitan a hacer parte de ellos en un escenario donde,
no obstante, no sería el dueño y señor del espectáculo y el dueño y señor de
las reglas del juego, toma la distancia del micrófono desde el Congreso para proponer
lo siempre propuesto por el Acuerdo.
¿Cuál es entonces el «gran pacto nacional» que dijo procurar cuando ni siquiera se digna en asistir a una reunión presidencial con todos los partidos políticos del país
y a la postre propone una impunidad aún peor de la que siempre renegó
descartando el interés de las víctimas del conflicto? ¿Quién es este payaso que
merece ser arrestado por sabotear la oportunidad de oro de un pueblo para
terminar el conflicto armado interno más antiguo del hemisferio?
A los que lo
veneran y les resulta insoportable la idea de prescindir de Él, les tengo
noticias. No se trata de un mesías, tampoco de un león, sino de una
insignificante pulga revestida de dragón gracias a la magia de una lupa a
través de la cual pretende ser vista, ampliada. De un creador de una apariencia
de grandeza que destila fracasos, porque quien necesita de la caverna y de la
humillación para proyectarse como notorio envidiable por su magnificencia, es
un lastimoso usuario de la mediocridad que alambica en escenarios sin méritos,
en cuartos oscuros. Un delincuente de la política y una mueca torcida de la
verdad y el Derecho. Un mal ejemplo para una sociedad de jóvenes aspirantes y
una desgracia para el idealismo que clama limpieza y cambio. Un comediante anacrónico
interfiriendo e hiriendo asuntos serios. Un paupérrimo espantapájaros que
entuerta la justicia. Un obsesionado narcisista que hace siglos olvidó lo que
nunca hubo de tener en el recuerdo ni en los sesos y menos aún en el alma:
honestidad.
En el plano
de la realidad declarada y no en el de la ficción elaborada, estamos hablando
solamente de una pulga insignificante y muy mal criada bajo el engreimiento de
una lista de fanáticos que, a su vez o como él, pretenden tapar el cielo con la
mano amparados en una ilusión mesiánica. Pronto la luminosidad de la realidad
sustituirá la oscuridad de la ficción y, de esta última, quedará solo la
desmitificación. Así… yago en vida a la espera de que Álvaro Uribe sea la
piedra sobre la cual tanto da la gota que… termina horadándola.
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Esta columna
fue publicada en Semana.com:
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