La herencia de un capitalismo salvaje

Cuando hayas cortado el último árbol,
contaminado el último río y pescado el último pez,
te darás cuenta de que el dinero no se puede comer.
Chief Seattle (1786-1866)
Líder de las tribus amerindias suquamish y duwamish.

En la XVIII Conferencia sobre el Cambio Climático celebrada en Qatar en 2012, Canadá, Estados Unidos, Rusia, China y Japón se negaron a suscribirse a las recomendaciones de las 500 páginas de Kioto (Protocolo de Kioto sobre el cambioclimático). Estados Unidos y Japón abandonaron el protocolo en 2001 y el resto de los mencionados se siguió sumando so pena quedar rezagados en la carrera capitalista (la producción en masa requiere de una explotación de recursos a gran escala).

Para entonces hacía seis años (2006) se les había dado a estos países un plazo para hacer ajustes dentro de los próximos cuatro (2010) sobre los modos de producción (desarrollo sostenible) y así impedir la escasez del agua potable que los científicos del clima advierten para el 2030. Ya han pasado nueve y el panorama no es favorable según los expertos, pues los países que más contaminan son los de la lista, en especial EE.UU., que con apenas el 4% de la población mundial consume alrededor del 25% de la energía fósil generando por sí solo más del 50% de la contaminación global, según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de la ONU.

La sociedad National Geographic, por su parte, advierte que en “en solo quince años (2030) 1.8 billón de personas vivirán donde el agua escasea” y “actualmente, cerca de 900 millones de personas no tienen acceso a agua potable”. La sociedad agrega que “con 83 millones de personas más cada año, la demanda del agua seguirá aumentando”, escaseando cada vez más. Las emisiones de dióxido de carbono no solo contribuyen al calentamiento global que acaba con el agua potable proveniente de los glaciares: también acidifican el mar (disminución del pH del agua) destruyendo con ello el ecosistema marino. Debido a que el plancton produce hasta el 50% del oxígeno necesario para la vida terrestre, la vida en la tierra depende de la vida en el mar.

El capitalismo, como régimen económico cuyo único fin u objetivo es la producción de capitales, poco o nada le preocupa la continuidad de la calidad de vida de la especie humana, o sus esfuerzos por utilizar energía renovable (agua, solar, aire) y no fósil (hidrocarburos) serían notables. El modelo económico de turno arrolla frenéticamente la vida en la Tierra, la cual está desde muchísimo antes que el hombre y su codicia y es precisamente su vida la que hace posible el nacimiento de su enemigo: el neoliberalismo económico como máxima expresión de un capitalismo salvaje que se ufana de ser dueño de la Tierra.

No descubrimos la Tierra, ya se posaba sobre un enorme hueco en la superficie del Universo. Pero las bases de cómo debe ser conservada para que la humanidad siga disfrutando de su estadía deben ser aclaradas, dar a conocer y defendidas. El hombre no es una isla como su ego quiere a veces hacerle ver: es parte del todo de la humanidad y debe dar incesantes pruebas de su pertenencia y, si dichas pruebas son para el beneficio de su especie y del mundo en general, debe esgrimirlas dejando fuera su afán individualista, egocéntrico y materialista.

No podemos seguir ignorando la nobleza de algo enorme y majestuoso que le da vida y comodidades incluso a sus detractores, a sus criminales. Nobleza versus maldad nacida de la ignorancia, alimentada de una competición inútil, pues el planeta, mejor o peor, ha estado antes de nosotros y así seguirá pese a que el hombre, según el avance de la barbarie pueda asistir a su estado comatoso. Primero desaparecerá el hombre para luego, si acaso, la totalidad de la vida en el planeta, pero nunca jamás la esperanza de que la misma vuelva a brotar, porque tal parece ser el signo vital de la vida: su obsesivo empeño en ser testigo de todo.

Colofón: 6,000 personas de la comunidad negra del río Anchicayá cumplen hoy 14 años de lucha tras el desastre ambiental que sufrieran por parte de la Empresa de Energía del Pacífico (EPSA) y la Corporación Autónoma del Valle (CVC), cuando en junio de 2001 descargaran sin escrúpulos 500.000 metros cúbicos de sedimentos en el río del que vivían. Por fortuna, en abril de este año la Corte Constitucional emitió un comunicado de prensa dando lugar al amparo de las seis mil personas damnificadas al haber ratificado la sentencia que en 2009 ordenó a la empresa a pagar una multimillonaria indemnización: 160.000 millones de pesos que, aun, jamás les devolverá la calidad de vida que a manos de EPSA desapareció en un santiamén. Hay cosas que, sencillamente, no tienen precio.
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Publicado por Las2Orillas:
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